TRILOGÍA DE PECADOS PERSONALES

PREVIO

Pensando, pensando… me he preguntado cuáles eran las motivaciones más comunes de los personajes de mis escritos, y realmente no me ha sido difícil hallarlas, encontrar las emociones básicas que les mueven, comprenderlas y motivarlas, porque son emociones que conozco muy bien, pues me han movido, las he sentido y las he sufrido. En ese sentido mis personajes tienen siempre algo de mí, unos más y otros menos, pero un poco de mí se queda en ellos, o al menos un poco del Jose que fui, el que vivió y experimentó ciertas cosas, ese Jose que no quiero que vuelva pero que paradójicamente me acompaña en cada paso que doy, como un recordatorio.
Estas emociones tan comunes al ser humano suelen ser mal vistas socialmente, pues te definen, a ojos de los demás, como un miembro defectuoso de la sociedad. Ya se sabe: estadísticamente, todos quieren ser el macho alfa y todas buscan un macho alfa, antropológicamente hablando. ¿Y quién se compra un coche roto?
Lucho contra estas emociones cada día, a veces gano y a veces no, y las aparto de la mejor manera que sé: escribiendo, haciendo que sirvan de algo, dándoles utilidad.
Normalmente no se me da bien comunicarme con la gente, cuando se trata de interactuar socialmente tiro de caradura para contrarrestar mi timidez, pero a la hora de la verdad, cuando quiero expresar algo, o no me sale o me sale mal. De ahí la importancia de escribir. Ahí me siento mejor, en el silencio de la hoja en blanco. O en la música, vital en mi vida también. Cada canción es una emoción. Así lo vivo.
Pero estas otras emociones… No me definen, ni lo harán. He cambiado mucho, he ganado batallas, pero mentiría si dijese que no están ahí, no se han ido, acechando, recordándome que una vez me hicieron daño y que podrían volver a hacerlo.
En la película “Beautiful girls”, un personaje le dice a otro algo parecido a esto: no les enseñes tus trucos, no dejes jamás que miren detrás de la cortina, que no vean nunca al viejo charlatán que mueve los hilos del Mago de Oz. En cuanto lo vean, se sentirán defraudados.
Pues voy a enseñaros mi lado oscuro, mis tinieblas, las mías y las de mis personajes, las emociones que más odio. Yo las llamo mi “Trilogía de Pecados Personales”:DEBILIDAD, MIEDO E IRA.
Y me pregunto: Luchar contra ellos, ¿en qué me convierte?

I: DEBILIDAD
Es el primero de todos, y de la debilidad parten los demás. Como la Kryptonita.
Cada uno de mis personajes tiene una debilidad concreta: Jonás, la incapacidad para comunicarse, el no saber demostrar su amor por su familia; Bastian, el no haber sabido decir que no, no haber sido firme cuando debía. ¿Las consecuencias? Perder a la familia el primero y hundirse en una depresión agobiado por la presión el segundo.
Salir de ese estado anímico en el que crees que no te quedan fuerzas es difícil, y cuando sales, siempre queda el miedo (ese miedo del que hablaré luego) a recaer. El miedo a perder cuando queremos algo.
Personalmente pienso que todos tenemos nuestra kryptonita, y que tras enfrentarnos a ella, si ganamos (que ganamos), salimos reforzados. Somos más fuertes que nunca. Pero el miedo… tampoco se va nunca.
El personaje de mi nuevo escrito, en el que estoy trabajando, ha decidido ir más allá: le ha dado la espalda a cualquier emoción que le haga sentir débil y se ha puesto a combatir el miedo con fuego. Ha dado el paso hacia el tercer escalón: la ira. En ese escalón, todo el mundo se convierte en una bomba de relojería.
Nos creemos fuertes, creemos que podemos con todo, pero no se puede ser fuerte las 24 horas del día, ni pensar con claridad. Los Barricada cantaban: «porque cuando se aprende a llorar por algo también se aprende a defenderlo». No es cierto. A veces no puedes luchar, y si lo intentas, puedes hacerlo mal.
Ahí es donde entra el miedo (de nuevo) a perder. Lo que quieres y a quien quieres. O lo que podría ser.
Solo hay un camino: conocer tu debilidad, identificarla, y frenar cuando notes los síntomas. Control.
Lamentablemente no puedo dejar que mis personajes controlen sus debilidades ni sus miedos. Porque si así fuese… no habría historia que contar.

II: MIEDO
Es, sin duda, la emoción más poderosa, y la más terrible.
Por culpa del miedo han ardido imperios.
Así, el miedo nace de una debilidad, pero no necesariamente siempre, porque no hay alma, por dura que sea, que se libre de él en algún momento de su vida.
El miedo puede provocar que te quedes paralizado o que hagas las mayores estupideces de tu vida. En ambos casos, estás jodido.
Personalmente, he sentido miedo muchas veces. Recientemente, sentí miedo a perder cuando aún no había ganado nada, y el miedo me llevó a precipitarme en una carrera contra nadie. Cuando algo me empezó a importar. Dejé de ser dueño de mí y de mis actos. Y eso, siempre, tiene consecuencias. A veces, irreversibles.
Si, es la emoción que más me jode. Siempre presumo de autocontrol, de mi vida, de mis actos y de mis emociones, y el 99% del tiempo lo logro. Pero entonces, algo inesperado entra en mi vida planeada, y… todo ese esfuerzo al carajo.
Algo así le pasa a mis personajes, quienes por miedo a fallar, a sí mismos o a los demás, o por miedo a equivocarse y descubrir que su cruzada de años, ésa en la que han puesto tantos esfuerzos, no ha servido de nada, se precipitan a un vacío de sinsentidos y decisiones erradas que conduce, inevitablemente, al desastre.
¿Cabe la salvación? Vivimos en un mundo hostil, donde sólo las películas de Hollywood tienen un final feliz. Mis historias no son historias alegres, no me sale escribir historias alegres. En el mejor de los casos cabe, si acaso, la incertidumbre de un mañana no escrito, el no haber sido dañado de muerte y el saber que espera un largo período de convalecencia, de lamerse heridas.
Un mañana en el que, sencillamente, no sabes qué pasará.

III: IRA
Y llegamos hasta el tercero de los pecados.
Cuando revientas, explotas, te puede la rabia, te hierve la sangre, y la lías parda en un día de furia.
No soy de enfadarme a menudo. Intento siempre actuar lo más racionalmente posible en todas las circunstancias (que sí, que no siempre lo logro), pero como todo el mundo, hay un momento en el que se te acaba la paciencia y… no, mis cabreos no son chicos. Si hay que enfadarse, ¿por qué no a lo grande?
Es la emoción menos explorada de todas en mis escritos. No creo en los «días de furia», aunque muchas veces haya deseado dejarme llevar.
De adolescente estaba hecho polvo. Seguramente sin necesidad porque realmente no fui de los machacados por otros, aunque no me libré del típico gilipollas tocapelotas (abundaban más en mi colegio que en otros). Lo que sí vi es cómo jodían vivos a otros chavales. Y sí, eso hacía que me ardiera todo, aunque no tenía capacidad de reacción (era un renacuajo flacucho que procuraba no meterse en broncas por no llevarse alguna). Si hay una palabra en este mundo que odio con toda mi alma es «VÍCTIMA». Me negué a convertirme en víctima y me jodía ver cómo transformaban en víctimas a otros. De haber nacido en Estados Unidos y haber tenido acceso a armas de fuego… (eso lo hemos soñado todos alguna vez). Me he tirado media vida luchando contra la palabra «Víctima» solo para descubrir que me convertí en víctima de mí mismo.
Algo parecido le pasa al personaje de mi nuevo trabajo: se niega a ser víctima y decide ir un paso más allá. Abraza su rabia y se entrega a ella con toda su alma. No de una forma explosiva, como un volcán en erupción, sino de una forma rabiosamente controlada. Quiere que su día de furia sea una semana de fuego e ira. No busca crear una matanza, sino ser selectivo, como un francotirador. Se fija en los verdugos y decide cambiar sus etiquetas. Quiere, desea, necesita, hacerles sentir qué significa ser VÍCTIMA.
Como he dicho, es mi emoción menos explorada y menos conocida, y está requiriendo de mí un esfuerzo extra, agotador pero también reconfortante.
Por eso es un reto.
¿Saldrá bien? Se aceptan apuestas.

 

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