No es lo mismo

Tenía 15 ó 16 años cuando escribí mi primera novela: autobiográfica, larga y mala. Llena de errores e incorrecciones.
Pero eso es lo de menos.
Lo de más es que utilicé una máquina de escribir Olivetti, dándole a la manivela para cambiar de renglón y controlando continuamente el carrete pues se atascaba a menudo, y si me equivocaba en una palabra… se tiraba la hoja y se empezaba de nuevo.
Ahora la tecnología y los ordenadores con sus programas y sus correctores nos ahorran muchas molestias, nos hacen más zánganos a la vez de eficaces pero también más descuidados y menos diligentes. Pensamos menos en la palabra que escribimos y en si es la correcta o se escribe así o asá. Total, ya se corregirá sola.
La palabra es «cómodos». Nos hemos acomodado.

Con la lectura pasa algo parecido: Antes teníamos los muebles cargados de libros. Los hemos leído todos o casi todos pues esa librería la hemos ido construyendo a medida que comprábamos un libro y lo leíamos. Después lo incorporábamos a las estanterías. Cuantos más libros, mayor era nuestro orgullo pues era prueba de nuestra estulticia.
Ahora hemos pasado a las librerías digitales, ésas que seremos incapaces de leer completamente.
Ganamos en espacio, ganamos en número de títulos, pero perdemos en credibilidad. Ya no se trata de cuánto hemos leído, sino de cuántos libros tenemos… y no es lo mismo.

No digo que los libros digitales sean algo así como el diablo mismo. De hecho, tengo un Kindle y lo uso mucho.
Digo que estos tiempos nos han transformado en compiladores de información, libros, datos, música… que somos incapaces de digerir. Muchos datos y mucha morralla.

Antes elegíamos.
Antes seleccionábamos.
Antes valorábamos más nuestro tiempo.
Ahora no sabemos ni por dónde empezar… y solemos elegir la hamburguesa antes que el filete.

Pero eso puede cambiar.

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