ENVEJECER Y RELEERTE

Envejecer y releer lo que escribí hace años es una experiencia, a veces, dolorosa.
No porque lo que hubiese escrito es horrible, sino porque descubres que lo que antes veías lejano e imaginabas de una manera, no es ni se acerca a lo que ahora vives.
Es la sensación que he tenido al releer «Lo extraño de los extraños» y reencontrarme con el personaje de Jonás, un cuarentón con una forma de ser peculiar.
Tenía veintitantos años cuando empecé a escribir la novela, y por entonces los cuarenta se antojaban muuuuuy borrosos en el futuro. Imaginé y dibujé un Jonás de cuarenta y algo (lo siento, no recuerdo la edad exacta que tenía cuando le conocí) que dista mucho de ser el Jonás que describiría ahora.

Porque en estos momentos, a mis cuarenta y pocos, no me veo como ese personaje ni tampoco veo a peña de mi quinta dentro de los parámetros en los que se mueve Jonás. No sé si es porque en mi entorno los cuarent… nos conservamos muy bien y seguimos teniendo aspecto juvenil (lo que quiere decir que hay otro tipo de cuarent… que están hechos una pena) o que sencillamente mi visión juvenil de la madurez no era muy acertada.
Es algo así como cuando con veinte años llamábamos a la Calle Pizarro la «Ruta de los brontosaurios» y decíamos que estaba lleno de carrozas y… y míranos ahora.
Mirando cara a cara a Jonás… no sé yo, pero… meterle diez años «pal cuerpo» no le habría venido mal.
Es lo que tiene envejecer y releerte.
No siempre voy a estar de acuerdo conmigo mismo.

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