BORREGO
Echándole un vistazo a mi libro «Deformología», ahora que han pasado tantos años (7 si no recuerdo mal), me digo: «ya no eres tú». Y sí pero no. Ya no sería capaz de escribir lo mismo. Por algo evidente: he cambiado. Todos lo hacemos.
En esas páginas veo la evolución de un chaval acabando la adolescencia y empezando a ser un hombre sin llegar a serlo. Un proyecto de hombre más o menos prometedor según quién lo mire. El vaso medio lleno o medio vacío, vamos. Un crío con sus miedos a flor de piel, con una visión triste, negativa y oscura de su vida y siempre en guerra consigo mismo. No con el mundo, del que no sabía realmente una mierda, sino contra mis propias imperfecciones. Pegarme de hostias en la cara, fácil. Enfadado con todo, rabioso, crítico conmigo. Lamiéndome heridas que, comparadas con las de verdad, no eran ni arañazos. Incomprendido y sin comprender. Inadaptado y sin ganas de adaptarme. Rebelde a mi manera. Yo me sentía así. Ni que hubiese sido el único.
Esclavo de mí mismo.
Y de mis decisiones.
O de mi falta de decisión.
Eso lo plasmaba muy bien. O eso creo. Ese joven fascinado con Tim Burton, El Cuervo, The cure, y un largo etcétera.
Han pasado los años y, como he dicho, es distinto. No escribiría igual ni de coña. Cuestión de estilo y de mentalidad. Ambos cambian.
De ese niñato quedan pocas cosas. Ahora me miro y veo a un hombre que no ha demostrado haber aprobado el proyecto de madurez. Un tío que intenta no mirar tanto hacia dentro, que conoce un poquito mejor la vida y la calle y los zarandeos del viento, que cuando escribe lo sigue haciendo con rabia, con mala leche, con descontento y amargura, disconforme porque las cosas no cambian… pero que, a la hora de la verdad, tampoco hace nada por cambiarlas. En eso me parezco al Jose de antes: ESCLAVO. Antes, de mis miedos. Ahora, como he dicho, de mis decisiones equivocadas… O precisamente de mi falta de decisión. Porque hasta ahora ha sido fácil: Sí, venga, eso mismo, dejándome llevar, dejándome aconsejar, dejando que otros tomen decisiones por mí. Esto es lo mejor, te dicen. Y lo hacen con todo el cariño del mundo. Pero… ¿Y si se equivocan? Entonces me pego la hostia con decisiones que no son ni mías. Bueno sí. Yo decidí. Decidí no decidir. Que otros lo hagan por mí. Tú sigue dando pasos hacia adelante, chato. No te pares a tomar las riendas. Los otros saben más, son más sabios. Déjate guiar. ¡Tanto me he dejado guiar en mi puta vida que he de reconocer que no he dejado de estar cómodo nunca! Ahí, sentadito en mi sillón. Y cuando las cosas fallan… no puedo decir que no es culpa mía. Al contrario: todo ha sido culpa mía. Consecuencia de mi pasividad.
Y esto lo sigo teniendo en común con ese chico asustadizo que escribió «Deformología» como un intento de mostrar los dientes. Ese chaval era esclavo de sí mismo. Ahora soy esclavo de mí mismo… y CULPABLE por ello. Culpable por activa y por pasiva. Lo mire por donde lo mire, no puedo más que auto calificarme como BORREGO. Dejándome llevar. Mientras haya pasto… hasta que se acaba.
Ahora, después de flagelarme, toca mirar hacia afuera y buscar soluciones. Es entonces cuando ves que el panorama no es alentador. Todo el paisaje está lleno de esclavos, de borregos, cada uno a su manera, y aquí no se libra ni dios. Es entonces cuando dejas de compadecerte y decides luchar… pero de verdad. Porque donde hay esclavos y borregos también hay lobos y amos. Y la única manera de librarte es huir o atacar, que a veces suele ser lo mismo.
Debo decirlo: no estoy contento. Ni conmigo ni con lo que hay ahí afuera. Nada cambia si nada cambia, leí en algún lado. Y me niego a eso. He sido borrego de un rebaño que no veía desde hace demasiado tiempo. He sido esclavo de mí mismo también demasiado.
Toca ser libre, te guste o no.
Os dejo con un par de temas del último disco de EL ÚLTIMO KE ZIERRE. Firmaría estas letras. Lo que mucha gente piensa en estos tiempos que corren.