REFLEXIÓN DOMINGUERA INTRASCENDENTE

No envidio a aquellas personas que son capaces de unir esfuerzo, conocimientos, horas de trabajo y talento para crear un producto que, una vez llega a otros, es capaz de hacerles sentir.

No las envidio porque sé que no es mi don.

Yo trabajo solo (Isra, te lo copio).

No podría hacerlo aunque supiese cómo.

 

Mirémoslo desde el otro lado de pantalla:

No es lo mismo disfrutar de un concierto, una película, un partido de cualquier deporte (en directo, no desde casita en un sofá)… que disfrutar de un libro.

Incluso en un concierto, una película, un partido de cualquier deporte, aunque estés solo… la experiencia es colectiva. Las reacciones de los demás influyen en nuestras reacciones.

Sin embargo, esa experiencia inmersiva de leer un libro a la luz de una lámpara mientras tomas café, sin nadie leyendo por encima de tu hombro…

Eso es otra historia.

 

Me cuesta trabajar con los demás.

Me cuesta ya de por sí trabajar conmigo mismo.

Es cuestión de compromiso, perseverancia y rutinas, y a veces… fallo, me traiciono.

Si me cuesta funcionar cuando trabajo solo, no puedo imaginar lo que sería cuando debo encajar las piezas con otros.

 

(Mis actos contradicen mis palabras: he trabajado en proyectos colectivos y soy capaz de actuar al nivel deseado).

 

La cuestión es más sencilla que todo esto: Yo trabajo solo.

Y punto.

Al fin y al cabo, ¿qué más da?

 

Quien quiera leerme no está esperando mis emociones, mis sentimientos (no les interesan), sino las de mis personajes, mis invenciones, mis alter egos, sus emociones, sus sentimientos, sus historias.

 

A través de la ficción que imagino y transformo en palabras, sienten.

Llevo mucho tiempo atrapado en un agujero negro.

Y quiero (voy a) salir.

La cuestión es que sé que ahí sigo sencillamente porque no estoy trabando como debería (ni solo).

Menos mal que (todavía) tiene solución.

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